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Foto del escritorAna María Cuesta Rodríguez

Silencio cómplice


Quisiera pensar que las cosas en este país han cambiado y que ya no queda gente corrupta repartiéndose contratos y favores en las entidades del Estado. En mi mundo imaginario las cosas avanzan porque los ciudadanos están empoderados y no le temen a denunciar injusticias. Pero en el mundo real el prudente silencio es casi un derecho si se tiene en cuenta que no eres sólo tú, no es sólo tu carrera o tu proceso los que están en juego. Tienes una familia que podría perder su empleo, a la que podrían joder o en el peor de los casos intimidar.

Muchas veces he reclamado que las denuncias se hagan con nombre propio y con cojones sin ponerme en los zapatos ajenos. Pero hoy quería contarles que fui testigo de un proceso de corrupción y que, como a quienes he criticado, no tuve la valentía de denunciarlo directamente por el riesgo que suponía enfrentar a las personas implicadas que hoy, años después, siguen gozando del poder con un bajo perfil.

Pero me animo a contarlo por honestidad conmigo, con ustedes y porque tal vez la anécdota le sirva a los periodistas en formación que sueñan en transformar a sus regiones visibilizando denuncias. Sepan que en algunas ocasiones llegará el caso de sus vidas pero casi todos tienen un interés y algunos intentarán utilizarlos.

Una mañana, después de muchas lágrimas por haber perdido el trabajo con el que había soñado en ese momento de mi juventud, me contactó un reconocido político del departamento. Me dijo que tenía una propuesta para mí, que mi voz era muy valiosa y que ese obstáculo que había pasado no debía detenerme.


Lo pensé mucho y después de consultar a mis allegados resolví que no perdía nada con escuchar aunque tuve miedo por todos los cuestionamientos que circulaban sobre esta persona. Me citaron en un apartamento lujoso y excéntrico, escoltado por hombres gruesos con fierro y camionetas blindadas en una de las zonas más lindas de la ciudad. Entré a un lobby y esta persona me hizo esperar algunos minutos pues atendía en privado otras reuniones, imagino, importantes. Confieso que me había impresionado que reconociera mi trabajo y valoré sus palabras de apoyo en ese momento. Pero había algo muy raro con ese apartamento del que entraba y salía gente cada 15 minutos y en el que había un ambiente de veneración, servilismo y lambonería hacia aquel líder.


Cuando por fin me tocó el turno pensé que estaríamos en privado, el potencial empleador y su candidata. Pero el encuentro transcurrió en presencia de varios de los funcionarios más representativos de la región y con el político atendiendo en pijama. Ahí supe que la vaina iba mal. Esta persona fue al grano. No había tiempo que perder pues se avecinaban las elecciones. Me dijo que había pensado en mí, que yo merecía dirigir un medio de comunicación. Que sería independiente y autónoma. Pero que en toda esa independencia una de mis funciones sería publicar "lo que yo te diga". Publicar mandados. Nunca dije nada, no hubo respuesta de mi parte en esa sala en la que los funcionarios observaban la cosa en silencio. Esta persona hablaba y hablaba e incluso mandó a traer a uno de los principales funcionarios con incidencia en el presupuesto local y conversaron en frente de todos de qué rubro público sacarían la financiación del proyecto. Para ellos era fácil disponer de los dineros de la región para sus intereses políticos. Me quisieron convertir en directora a temprana edad y asumo que esta persona quería tener testigos por si las cosas se salían de control.

Mis padres llevaban años intentando pagar la casa, mi hermano financiaba sus estudios como podía, con su autonomía y apoyo familiar. Y esa podía ser la oportunidad exprés de despedirnos de las dificultades y angustias propias del bolsillo. Después de la entrada del funcionario de la llave maestra me indicaron que esperara un momento afuera. Volví a experimentar el flujo de gente que me miraba asumiendo que me había vuelto una integrante más del séquito de este pequeño rey. Y me percaté que, incluso, un integrante de mi numerosa familia también estaba al servicio de esta persona. En fin. Habían pasado poco más de 40 minutos y les contesté que en las próximas horas les daría una respuesta. "Muchas gracias por pensar en mí pero no estoy interesada en su oportunidad", les respondí al día siguiente por chat. Nunca más me volvieron a contactar.


Seguimos sin plata, con años de silencio cómplice, pero con la satisfacción de la integridad.


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